Comunidad de Sant' Egidio

Amigos en la calle


Chiesa di Sant'Egidio - Roma

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a cargo de
Francesca Zuccari

 

La soledad hace enloquecer

La soledad, condici�n com�n a todas las personas sin domicilio fijo, se asume como una realidad que hay que sufrir y a la que no todos se acostumbran.

Esto no quiere decir que los que tienen parientes cercanos deseen recuperar la relaci�n con ellos: este es un aspecto muy delicado al que no se puede responder mec�nicamente: a veces son m�s dolorosos los intentos de reconciliaci�n fracasados que los recuerdos y las nostalgias con los que al final uno se acostumbra a convivir.

�C�mo viven las personas sin techo la experiencia de la calle? �Qu� consecuencias tiene el hecho de vivir sin ra�ces, al d�a, arregl�ndoselas con poco? 

Algunos tienen problemas ps�quicos. Nos podemos preguntar si en cierta manera la calle es fuente de problemas ps�quicos o si a ella se ven empujadas precisamente las personas que ya viven en el l�mite de la normalidad. En cualquier caso, la presencia en la calle de personas con problemas ps�quicos es, sin lugar a dudas, expresi�n del malestar generalizado de la vida en las grandes ciudades, que las estructuras y los servicios sanitarios no siempre son capaces de afrontar. 

Es cierto que la condici�n de los sin-techo se encuadra muchas veces en situaciones humanas ya fr�giles. La incertidumbre del futuro, la soledad y el aislamiento, la verg�enza, las dif�ciles condiciones de vida, son pruebas que muchos no resisten. Algunas formas de psicosis u obsesiones que se observan en las personas sin casa son fruto precisamente de la vida que llevan. M�s all� del recorrido de la enfermedad y de su motivaci�n, las formas en que se manifiesta muestran, en efecto, caracter�sticas comunes.

�Cu�nto enemigos!

La vida en la calle es una lucha cotidiana por la supervivencia. En esta lucha hace falta aprender a defenderse. Los enemigos son muchos: golfos y gamberros de paso, las otras personas sin casa, la polic�a, el personal de limpieza de la estaci�n, pero tambi�n el fr�o, la lluvia, la enfermedad, los d�as de fiesta en los que todo est� cerrado: hace falta encontrar las armas necesarias para defenderse y estar siempre alerta: un error, una ingenuidad se pagan duramente.

En la mente de algunos la dificultad de defenderse, el miedo, aumentan los enemigos reales que invaden los pensamientos hasta el punto de que estos adversarios se materializan en cualquier sitio y en cualquier persona: algunos ven tras cada rinc�n un peligro y en cada transe�nte un posible agresor. Alrededor de ellos se levanta un muro que les hace inasequibles. A veces esquivos, incapaces de responder a cualquier pregunta o de aceptar ayuda, otras veces agresivos. Es una prisi�n de la que es dif�cil salir.

�Man�as de persecuci�n o peligros reales? En cualquier caso, y es lo que m�s cuenta, la "man�a" es de todos modos un problema concreto, tangible, que causa sufrimiento y que obliga a hacer elecciones.

Hay qui�n por ejemplo no acepta comida de otros ni frecuenta comedores para los pobres por miedo a ser envenenado, o qui�n s�lo se sienta con los hombros contra la pared por miedo a ser atacado, o qui�n se cierra en un mutismo obstinado por miedo a tener que discutir. Excesos de defensa pero no locuras irrazonables: la exasperaci�n y el terror de revivir experiencias negativas o dolorosas explican estas actitudes.

Sin hablar nunca

No es raro encontrar a mujeres y hombres que hablan solos; a veces con un interlocutor imaginario que para ellos est� realmente presente. Pensemos en qu� quiere decir transcurrir d�as enteros sin hablar con nadie: hace falta inventarlo. Con este "�l" imaginario, en efecto, por fin es posible discutir de cosas que parecen no interesar a nadie o bien desahogarse de tantos da�os sufridos.

Si uno se para a hablar con ellos descubre que lo que necesitan es precisamente un interlocutor verdadero: alguien que pregunte, que conteste, que tenga una voz verdadera; entonces emerge un gran deseo de expresarse no siempre igual a la capacidad de hacerse entender, de unir recuerdos y situaciones de manera consecuente: pero si uno est� atento y escucha e intenta entrar en di�logo, discursos aparentemente insensatos adquieren "milagrosamente" una l�gica.

A veces parece que las historias no tengan una colocaci�n temporal o mejor dicho, parece que el tiempo se haya parado en un momento de su vida. Para otros, en cambio, hablar se convierte, por falta de costumbre, en una fatiga o en cualquier caso en una experiencia tan fuerte que s�lo consiguen decir algunas pocas palabras.

Gritar para ser escuchados

Algunos s�lo saben hablar gritando: no siempre gritan contra alguien; a veces s�lo se trata de un tono de voz m�s alto de lo normal o un modo de expresarse inicialmente agresivo: es a la vez el deseo de atraer la atenci�n y una forma de defensa contra un mundo hostil. Todo esto hace crecer su aislamiento como un c�rculo vicioso. Pero a menudo detr�s de aquellos gritos se esconden personas asustadas, v�ctimas del miedo de los dem�s, del mundo, de la soledad. En muchos casos pararse a hablar con ellos ayuda a descubrir una capacidad de entrar en di�logo que parec�a imposible: cesan los gritos o bien el tono de voz se vuelve normal.

Muchas cosas le faltan a quien vive en la calle en el terreno de las relaciones sociales, lo que tiene consecuencias: la misma estabilidad humana, en efecto, est� conectada �ntimamente a la estabilidad del afecto, de un techo, de costumbres y puntos de referencia. La ausencia de todas estas cosas, que es la condici�n normal de quien vive en la calle, engendra actitudes "extra�as". Cualquier extravagancia tiene a menudo una historia llena de sufrimiento.