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LLAMAMIENTO Hombres y mujeres de religiones y culturas diferentes nos hemos encontrado en Chipre, en esta isla bella y herida, para orar, dialogar, para hacer crecer una civilización de paz, que el mundo necesita para no convertirse en inhumano. Han sido días de paz, llenos de confianza que la paz es posible. Estamos en un momento difícil de la historia. Muchas seguridades han sido afectadas por la crisis económica que atenaza el mundo. Muchos son pesimistas sobre el futuro. Los países más ricos concentran su atención en la tutela de sus ciudadanos. Pero un gran mundo de pobres pagará un caro precio en esta crisis. Pensamos con mucha preocupación en los millones de nuevos y antiguos pobres, víctimas de un mercado que se cree omnipotente. Muchos, en efecto, sufren en este nuestro mundo, por las guerras, la pobreza, la violencia. No se puede ser feliz en un mundo lleno de sufrimientos. No se puede cerrar el corazón a la compasión. Sentimos el dolor de los pueblos prisioneros de la guerra, de los que han de dejar sus casas por el odio étnico o por los nacionalismos, de los que son secuestrados o han desaparecido. Muchos, demasiados, están sufriendo. Este no es el momento de encerrarse en el pesimismo. Pero es la hora de escuchar el dolor de muchos y de trabajar para fundar un nuevo orden mundial de paz. La búsqueda de la justicia, del diálogo, del respeto por los más débiles, son los instrumentos para construir este nuevo orden. Pero, para hacer esto, ¡hace falta más espíritu i más sentido de humanidad! Un mundo sin espíritu enseguida deviene inhumano. Nuestras tradiciones religiosas, en sus diferencias, dicen fuerte que un mundo sin espíritu nunca será humano: gritan que el espíritu y la humanidad no pueden ser pisoteados por la guerra, piden paz. Quieren la paz, la piden, la imploran en la oración a Dios. Las religiones saben que hablar de guerra en nombre de Dios es absurdo y es una blasfemia. Están convencidas que de la violencia y del terrorismo no nace una humanidad mejor. No creen en el pesimismo del enfrentamiento inevitable entre religiones y civilizaciones. Esperan y rezan para que, entre los pueblos y entre los hombres, se construya una comunidad verdadera en la paz. Ningún hombre, ningún pueblo, ninguna comunidad es una isla. Siempre hay necesidad del otro, de la amistad, del perdón y de la ayuda del otro. Tenemos en común un destino global: o viviremos juntos en paz o juntos moriremos. La guerra nunca es inevitable y arruina también el corazón de quien vence. Ningún odio, ningún conflicto, ningún muro puede resistir a la oración, al amor paciente que se transforma en diálogo, al perdón. El diálogo no debilita, sino que refuerza. Es la verdadera alternativa a la violencia, Nada se pierde con el diálogo, Todo puede ser posible. Por esto, aquí en Chipre, oramos para que toda injusticia, toda guerra, todo mal, sea pronto eliminado y los pueblos puedan ser de nuevo hermanos, a partir de esta isla, hasta Oriente Medio, África, América Latina y al mundo entero. ¡Que Dios conceda al mundo el gran don de la paz por la oración de todos los creyentes! No es la utopía de un paraíso en la tierra, sino el deber de construir un mundo más humano. Este mundo es posible, si hay espíritu y hermandad. Ninguna guerra es santa. ¡Sólo la paz es santa! ¡Que Dios conceda al mundo el gran don de la paz por la oración de todos los creyentes! Chipre, 18 de noviembre de 2008 |