Patriarca de Antioquía y todo el Oriente de la Iglesia ortodoxa
|
Les traigo un mensaje de paz, con amor sincero, fe inquebrantable y esperanza inmensa de la Iglesia Apostólica de Antioquía, donde "por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de ‘cristianos’" (Hch 11,26).
Hoy nuestra preciosa patria está asolada por conflictos que desgarran nuestras comunidades e intentan destruir nuestra sincera aspiración a una convivencia pacífica. Esta violencia actual no tiene precedentes en nuestra región, nunca habíamos visto nada similar, ni siquiera en los "siglos oscuros". Guerras salvajes impulsadas por grupos religiosos de extremistas que no pertenecen a las religiones que conocemos en nuestra tierra. Se trata más bien de expresiones de radicalismo que no presentan el más mínimo sentimiento humano, sensibilidad ni conciencia.
Así pues, preguntamos: ¿quién es responsable del desplazamiento sistemático de los habitantes de nuestros pueblos, de nuestros conciudadanos? ¿Quién llora con las madres que han perdido a sus hijos? ¿Quién lamenta las casas demolidas y los lugares de culto o las provincias cuyas poblaciones indígenas, que habitaban allí desde los albores de los tiempos, han sido expulsadas? ¿Alguien consuela a los rehenes, visita a los prisioneros y cura a los heridos? Quizás el mundo quiere ignorar la lucha de las mujeres esclavizadas, de las embarazadas que han sido apuñaladas en el vientre materno y de los niños que son enrolados a la fuerza. ¿Alguien intenta consolar a los padres de los secuestrados, que siguen esperando a sus queridos hijos, desaparecidos desde hace tiempo? Realmente, en nuestro caso se hacen realidad las palabras bíblicas: "Raquel llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen" (Mt 2,18; Jr 31:15).
No logro entender cómo puede la comunidad internacional ignorar los casos de los obispos Yohanna Ibrahim y Paul Yazigi y de los demás sacerdotes que llevan más de cuatro años secuestrados. No logro entender cómo los líderes políticos de este mundo pueden quedarse de brazos cruzados mirando la violencia sangrienta de nuestro país, solo para favorecer intereses económicos y geopolíticos que benefician a sus esquemas inhumanos solo a corto plazo.
Consolidan con la fuerza sus bloques contra un pueblo de hambrientos, dando rienda suelta al mercado de armas. ¿No deberíamos recordar, porque ya lo hemos vivido, que el takfirismo violento no se circunscribe a un lugar geográfico ni se dirige exclusivamente a nuestro pueblo y a las iglesias de Oriente, sino que más bien se infiltra en todas las partes del mundo?
A pesar de todo ese dolor, nuestra querida Iglesia de Antioquía persigue con constancia el diálogo con los cristianos y con los no cristianos, mientras espera encontrar a los demás y abrazarles con el amor del Evangelio y con la esperanza constante que "no falla" (Rm 5,5). Nuestro pueblo cree en la paz y se esfuerza por construirla. A lo largo de nuestra historia hemos intentado evitar las guerras y el lenguaje de las armas, pues hemos constatado con el paso de los años que la mentalidad del enfrentamiento violento solo lleva a la destrucción, a la dispersión y a un agravamiento de las heridas del odio y de la enemistad. Nunca construye países, democracia y libertad.
Hoy nuestros cristianos de Oriente buscan en vano a alguien que escuche su llamada. En nuestro país, nosotros somos los que pedimos paz y reconciliación. Como ya hemos dicho, no suplicamos misericordia a los poderosos de este mundo, sino que más bien les gritamos: basta ya de vuestras declaraciones fabricadas que llaman a las naciones a recibir a los cristianos. Sería mejor que el mundo difundiera la cultura del diálogo en nuestro Oriente, y eliminara la cultura de la espada. Hay que liberar a nuestro país de las garras del terrorismo, detener el flujo de armas y hacer retroceder a los barcos. Los barcos de guerra no pueden protegernos, ¡y tampoco los barcos de emigración! Lo único que nos puede proteger es plantar las raíces de la paz. ¡Nuestras raíces están allí, en todo el Oriente, desde hace dos mil años! Nacimos allí, hemos vivido allí y allí moriremos.
Hoy la humanidad necesita un auténtico diálogo y un encuentro que vayan más allá de los obstáculos y los escándalos de políticas estrechas de miras. Falta un enfoque político humano basado en la reconciliación y el consenso, un enfoque que deje a un lado ideologías rígidas y prejuicios y que ropa los obstáculos, las máscaras y las complicaciones de la historia. ¿Acaso no ha llegado el momento oportuno para confesar que los esquemas políticos y los diálogos pretenciosos que muchos impulsan hacen que los esfuerzos realizados sean en vano, en una tierra árida maltratada por movimientos materialistas y arribistas y modelos perversos autoimpuestos por las sociedades de los hombres?
Tenemos que hacer frente a la absurda explotación y la sumisión de la religión por parte de la política, en nuestros días. Así pues, desde esta tribuna, exhorto a los líderes religiosos de todas las denominaciones, de todos los países, a enarbolar el lema: "Fe por la paz". Así seremos mensajeros de paz en un mundo que la necesita urgentemente.
Hoy estamos llamados a encontrarnos y a unir esfuerzos para ofrecer al mundo un verdadero modelo de paz en nuestras relaciones, en nuestras convicciones y en nuestro comportamiento con los demás. Este es el modo de conceder la paz al mundo, de testimoniar que solo la verdadera paz que arraiga en el corazón del hombre –como individuo y como comunidad– puede curar las heridas de la memoria histórica y de las relaciones humanas.
Nuestros pueblos, de distintos orígenes religiosos e identidades culturales, tienen cosas en común que superan las diferencias. En Oriente, siempre hemos sentido el valor de la convivencia con los hermanos de distintas creencias y culturas. Hemos experimentado que la diversidad es vital y enriquecedora para la humanidad y para la interacción cultural, el arte inventivo, la estética y las creaciones intelectuales.
Todos debemos avanzar hacia la reconciliación. Es fundamental establecer un diálogo y un conocimiento mutuos. ¿Somos realmente todos conscientes de nuestro papel en la cultura de la desunión de los pueblos? ¿Intentamos superar los obstáculos de la historia y construir un futuro mejor para nuestros hijos?
No hay duda de que ha llegado el momento en el que la experiencia del sufrimiento debería reunir a los pueblos en lugar de destruirlos, haciendo que la humanidad sea más sensible a replantearse las actividades políticas, sociales y religiosas actuales. Necesitamos enormemente colaborar para curar a nuestras sociedades mediante una sincera reconciliación y una verdadera construcción de la paz.
Por último, les aseguro, hermanos y hermanas, que en la Iglesia de Antioquía y de todo Oriente vivimos manteniendo una gran esperanza y creemos que la convivencia pacífica y el diálogo sincero entre todas las religiones, las comunidades y las culturas es la base de la reconciliación duradera y de la verdadera paz.
Gracias.
|