Memoria de los cristianos testigos del Evangelio, víctimas de la violencia
 
Liturgia de la Palabra
presidida por el Cardenal Antonio María Rouco Varela
Arzobispo de Madrid 
en la Basílica de San Bartolomé en la Isla Tiberina de Roma
Memorial de los testigos de la fe de los siglos XX y XXI

Lunes 20 de octubre de 2008, a las 19:45

 Entrega de las reliquias de San Pedro Poveda

San Pedro Poveda, presbítero, fundador de la Institución Teresiana y mártir, fue proclamado santo el 4 de mayo del 2003.
Nació en Linares (Jaén, España) el 3 de diciembre de 1874, y fue bautizado una semana después. Recibió una educación profundamente cristiana y abierta a las diferentes corrientes de pensamiento. Desde su infancia se sintió atraído por el sacerdocio, y a los 15 años ingresó en el Seminario de Jaén. Continuó sus estudios en Guadix (Granada), donde recibió la ordenación de Presbítero en 1897, y donde ejerció diferentes tareas eclesiásticas. Desde 1902 trabajó para la promoción humana y cristiana de la población marginal de las cuevas que rodean Guadix. Aquí, bajo la protección de la Virgen de Gracia, abrió escuelas para niños y talleres para los adultos.
En 1906 fue nombrado canónigo de la Basílica de Nuestra Señora de Covadonga, donde, junto a la oración y al estudio, se ocupó de la formación cristiana de los peregrinos. Atento a los problemas de su tiempo, supo percibir con singular clarividencia la dimensión social de la educación y la incidencia en ella de la difícil relación entre fe y ciencia. Dispuesto a “empezar haciendo” publicó artículos y opúsculos en los que promovió con audacia un programa de formación y coordinación de los maestros católicos. A partir de 1911 creó Academias, Centros Pedagógicos y revistas, y fundó la Institución Teresiana. Para dar impulso a esta Obra que crecía en personas y actividades, en 1913 se transfirió a Jaén, donde fue canónigo de la Catedral, profesor del Seminario y de las Escuelas de Magisterio, y donde fue colaborador activo en diferentes iniciativas de la ciudad.
En 1917 la Institución Teresiana fue reconocida civilmente y obtuvo la aprobación eclesiástica diocesana como asociación laical. En 1924 recibió la aprobación pontificia a perpetuidad como Pía Unión de fieles, con diferentes modalidades de pertenencia. Se ponía bajo la protección de Santa Teresa de Jesús, proponía el estilo de vida de los primeros cristianos e identificaba la educación y la cultura como los ámbitos específicos de su misión. Nombrado capellán de la Casa Real, en 1921 fijó su residencia en Madrid, donde ejerció una intensa actividad evangelizadora y consolidó la Institución Teresiana, que pocos años después llegaría a Chile y a Italia.
Reconocido como hombre audaz, prudente y de concordia, de probada virtud y de consejo, con heroica caridad, dialogante y profundamente humilde, constituyó una orientación espiritual para muchos, apoyó obras y colaboró activamente con la Acción Católica y con diferentes asociaciones y proyectos.
Fue asesinado en Madrid, a causa de la fe, al alba del 28 de julio de 1936. “Soy sacerdote de Cristo”, declaró el día precedente a los que le conducirían al martirio.
Su espiritualidad, cristocéntrica, mariana y eclesial, puede sintetizarse en un escrito suyo de 1915 que orientó toda su vida y actividad: “La Encarnación bien entendida, la persona de Cristo, su naturaleza y su vida dan, para quien lo entiende, la norma segura para llegar a ser santo, con la santidad más verdadera, siendo al propio tiempo humano con el humanismo verdad”.

«Aprended de Mí que soy manso...» (Mt 11, 29). Dice el gran Padre San Agustín que nuestro Señor nunca nos dijo que aprendiéramos de Él a crear mundos, ni a hacer milagros, sino que su mandato terminante y taxativo había sido éste: «Aprended de mí a ser mansos».
Bendita mansedumbre, bendita virtud invencible, como dice San Juan Crisóstomo. Y esto en boca de San Juan Crisóstomo, ¡qué fuerza tiene! Dice San Juan Clímaco que la mansedumbre encadena al infierno, da vigor para regir la familia religiosa, apoyo a la obediencia, es la corona de los Santos, la paz de la conciencia.
Otro Santo Padre, hablando de la mansedumbre, la llama: “Cierta habilidad del espíritu, en virtud de la cual somos ecuánimes, tanto cuando nos honran como cuando nos deshonran, y nos da fortaleza para rogar por aquéllos que nos turban”. “ El caudal de la fuerza del corazón está en relación directa con el caudal de mansedumbre”, dice otro Santo Padre.
¿Por qué hago yo estos apuntes sobre la mansedumbre? [...] Porque estimo que los tiempos presentes reclaman de un modo especial el ejercicio de esta virtud. Porque la considero arma decisiva para el triunfo de la causa de Dios. Porque las injusticias, la rebelión, la confusión, el desprecio de las cosas santas excitan la ira y convierten en amargo y áspero el celo. Porque, contagiados del nerviosismo actual, queremos el bien, pero poniéndonos a tono con los que obran el mal, al menos en los procedimientos. Porque nos olvidamos del estado actual de la juventud y, a veces, empleamos medios contraproducentes para guiarla y formarla. Porque deseo que meditéis mucho sobre esta virtud y pidáis a nuestro Señor que sea vuestro Maestro. Yo hubiera añadido una razón más, pero no lo hago por escrito, sino que lo digo de palabra, y es el deseo que yo tengo de adquirir la mansedumbre.
Si preferimos la acritud, la reticencia, la sequedad, la ira, la impaciencia, la brusquedad, la insolencia, no es porque entendamos que así hacemos más bien al prójimo; es porque así satisfacemos la pasión, el amor propio, la soberbia; porque así nos resulta más cómodo, más fácil, más a nuestro gusto.
No hay que hacerse ilusiones: la mansedumbre, la afabilidad, la dulzura, son las virtudes que conquistan al mundo. Si me decís que es muy difícil ser así; que el hábito de la mansedumbre cuesta mucho; que la dulzura, suavidad, afabilidad, suponen un vencimiento completo, exigen una vigilancia continua y un sacrificio constante, os diré que es cierto, que así es en efecto, pero que nada de todo esto es imposible con la gracia de Dios y nuestra cooperación... ¿Sabéis cómo triunfaron los mártires? Con la dulzura y la mansedumbre... Reservad para vosotros la acritud y sed con los demás afables, buenos, todo por Dios y por su gloria».