Alrededor de 1.400 refugiados han muerto en lo que va de año en el Mediterráneo intentando alcanzar las costas europeas. Los que sobreviven a la travesía se han dado de bruces con otra forma de muerte, más lenta y cruel: la indiferencia de Europa. En la semana en que el Viejo Continente ha celebrado su cumpleaños –el 9 de mayo, en conmemoración del que se considera el discurso fundacional de Robert Schuman–, la Unión tiene más motivos que nunca para agachar las orejas. De los 160.000 refugiados que se comprometió a reubicar en septiembre solo ha reasentado a 1.441. España a 18.

El Papa en un día se llevó a Italia a doce. Para hacerlo, se apoyó en la estructura y experiencia de la Comunidad de Sant’Egidio que, ante la emergencia humanitaria y el letargo institucional ha diseñado, junto a la Iglesia valdense y la Federación de Iglesias Evangélicas, un proyecto de corredores humanitarios. Gracias a ellos, en febrero llegaron a Italia 93 refugiados, y a principios de mayo otros 101 –43 de ellos, niños pequeños, uno de apenas tres meses con espina bífida–. «El objetivo de los pasillos humanitarios es que las personas más vulnerables puedan entrar de forma legal a los países europeos, porque llegan con un visado humanitario, un instrumento diseñado por la UE que ya existe en el ordenamiento jurídico. Y también de forma segura, porque viajan a Europa en avión y no por mar a costa de las mafias», explica Tíscar Espigares, responsable de Sant’Egidio en Madrid y una de las artífices de la propuesta de los corredores humanitarios en España.

Mientras que el movimiento eclesial en Italia ha acordado con el Gobierno la llegada de 1.000 refugiados en dos años, «en España hemos propuesto a 200 personas para el próximo año y medio», afirma Espigares. El coste político es mínimo, pues «solo tendría que emitir un visado humanitario que permite viajar legamente a España. Según el artículo 50 del Reglamento de la Ley de Extranjería, para casos excepcionales, el Gobierno puede dar un visado cuando quiera. Basta que se pongan de acuerdo los ministros de Interior y Exteriores», afirma Cristina Manzanedo, abogada del Servicio Jesuita a Migrantes. «Desgraciadamente, esto no ocurre en la práctica por falta de voluntad política», añade. Según la responsable de Sant’Egidio, desde hace meses «la respuesta gubernamental es que estamos a la espera, y uno de los motivos es que están en funciones».

El trayecto humanitario

La Comunidad de Sant’Egidio tiene personal en tres puntos calientes donde contactan e identifican a las personas más vulnerables –ancianos, enfermos y niños–. «Tenemos gente en los campos de refugiados de Líbano, donde están la mayoría de los sirios. Otro de nuestros equipos está en Etiopía, donde llegan a diario cientos de eritreos, país en guerra que no se tiene en cuenta. Finalmente, estamos presentes en Nador», ciudad marroquí por la que se están desviando las rutas de refugiados ante el recrudecimiento de las fronteras en los Balcanes. Espigares recuerda que «hay cientos de sirios en Marruecos que pasan por España en su viaje hacia el norte de Europa», y muchos de ellos hacen noche en la madrileña estación de autobús de Méndez Álvaro.

El proceso que se ha seguido hasta ahora en Italia comienza por elaborar una lista con los posibles beneficiarios verificada en Líbano, de donde proviene esta primera tanda de refugiados. Las autoridades italianas ratifican el listado y lo envían al consulado en Beirut para permitir el control del Ministerio del Interior. Una vez obtenida la autorización, el consulado emite los visados. Los refugiados, tanto en febrero como en mayo, llegaron a Roma en avión, con su situación legal en regla y con una red de apoyo volcada en su integración. Una de las primeras cosas que recibieron fue una copia de la Constitución italiana.

¿Qué es un visado humanitario?

El proyecto italiano de corredores humanitarios se ha servido del artículo 25 del Reglamento del Parlamento Europeo y del Consejo. Los visados que se otorgan tienen validez territorial limitada emitidos por razones humanitarias. Así lo contempla esta norma, que es válida para cualquier país de la Unión. Paolo Morozzo della Rocca, profesor de Derecho, voluntario de Sant’Egidio y uno de los artífices del acuerdo con el Gobierno italiano es rotundo: «España podría hacerlo. Los 28 países miembros podrían usar este camino si quisieran». La cuestión es que en España, una vez llegan al país, «tienen que solicitar asilo, que seguiría los trámites habituales», afirma la abogada del Servicio Jesuita a Migrantes. Trámites que en nuestro país pueden durar hasta dos años.

Della Rocca afirma que, al menos en Italia, «el proceso sería más rápido al contar con la comprobación previa del Ministerio del Interior y del Ministerio de Asuntos Exteriores italianos que facilitaron todos los trámites antes de su llegada». La gran ventaja de la propuesta de la Comunidad de Sant’Egidio, válida para España, Italia, y todos los países donde se quiera implementar, es que hasta que se resuelva la situación legal y puedan valerse por sí mismos, el movimiento eclesial –apoyado en el caso de en Italia por la Iglesia evangélica y los valdenses– cubrirá todas sus necesidades. El Estado no se gastará ni un solo euro. «No se abandonará a ninguno», aclaró Daniela Pompei, otra de las artífices, durante la presentación del proyecto en Roma. Por eso, no solo financiarán su estancia hasta que su situación se normalice, sino que irán más allá: «La acogida dependerá del recorrido de cada persona o familia. Nuestro objetivo es que tengan autonomía rápidamente pero que sea caso por caso», indica Morozzo della Rocca.

Esta combinación de esponsorización de la sociedad civil y el visado por motivos humanitarios ha permitido, por ejemplo, que una anciana siria deje de vivir en el hueco del ascensor de un edificio, que una pequeña de Homs reciba tratamiento para el tumor que tiene en el ojo o que dos hermanos sordociegos puedan, por primera vez en su vida, visitar a un médico.