La historia de William Quijano, Samy, es la de un joven que, en un contexto violento, no pierde la esperanza ni deja que le frene el miedo. Nace el 7 de julio de 1988 en San Salvador. Con 14 años pierde a su padre y se traslada con su madre al suburbio de Apopa, a 20 kilómetros de la capital salvadoreña. Es un muchacho como muchos otros, aunque más alto y fuerte. Sueña con un futuro mejor. Es el tiempo de las maras, bandas que atraen a una joven generación sin arraigo, con poca educación y sin perspectivas de futuro.
En este contexto, la Comunidad de Sant’Egidio hace ya años que trabaja con jóvenes en situación de riesgo. Ha comprendido que la respuesta al problema está en brindarles espacios de unidad, darles una paternidad y asegurarles una autoridad. William conoció Sant’Egidio en 2005, con 16 años. La Comunidad se extendía entonces a Apopa. Él no se servía de su físico, sino de su simpatía
El compromiso de William se convierte también en trabajo. A principios de 2009 recibe la propuesta del Ayuntamiento de formar parte del equipo de promotores deportivos que, según la idea de la administración, alejaría a los menores de las redes de las maras haciéndoles participar en actividades sanas. William acepta. En los últimos meses de su vida se mueve por Apopa con S y otros compañeros para hablar con asociaciones deportivas, para fomentar que acepten a los adolescentes y para establecer con estos un discurso más amplio.
Alguien puso a William en su punto de mira: había que dar una lección a quien se había atrevido a proponerse como competidor de un poder oscuro y violento. La tarde del 28 de septiembre de 2009 William fue abatido por varios disparos a cuatro pasos de casa. Su madre oyó los tiros y corrió hasta la calle, pero las heridas eran demasiado graves. El “gigante bueno” de la Escuela de la Paz de Sant’Egidio moría al poco de llegar al hospital.
Años después, la muerte de William Quijano sigue envuelta en misterio. Nunca se ha sabido quiénes eran los dos que se pararon delante de él en el barrio y le quitaron la vida. Lo que se sabe es que el sueño de William sigue en pie. Su historia, aunque trágica, permite creer que se puede construir otra América Latina, libre de la pesadilla de las maras.
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Francesco De Palma
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