El 24 de marzo de 1980 era asesinado junto al altar Óscar Arnulfo Romero. Nombrado arzobispo de San Salvador tres años antes, monseñor Romero no dejó a nadie indiferente. Unos lo consideran un profeta, un mártir, un luchador por la paz y el diálogo, un hombre de Iglesia; otros, por el contrario, veían en él a un revolucionario, un agitador de masas, un político frustrado que promovía la crispación, un personaje en busca de notoriedad social.Romero había nacido en Ciudad Barrios, población situada en el “Oriente” salvadoreño, el año 1917. Como sacerdote y obispo jamás soñó con ser un héroe; sin embargo, su alto sentido de la responsabilidad le obligo a reaccionar ante la sangre derramada y luchar a favor de la dignificación de los más pobres de su país.El rostro amable de Romero, esculpido en piedra entre Dietrich Bonhoeffer y Martin Luther King en el frontispicio de la catedral de Westminster, junto a los ”nuevos mártires” del siglo XX, invita a mantener la esperanza contra toda esperanza.Roberto Morozzo della Rocca (Roma 1955) enseña Historia contemporánea en la Universidad de Roma Tre. Ha investigado sobre las raíces de los conflictos nacionales, Mozambique y Albania entre otros, que se han producido durante la segunda mitad del siglo XX.