Obispo católico, Alemania
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Eminencias, Excelencias,
Ilustre señora Canciller,
distinguido profesor Andrea Riccardi, distinguido profesor Impagliazzo,
ilustres representantes de las distintas comunidades y confesiones religiosas, de las iglesias y de las comunidades eclesiales,
¡queridos hermanos y hermanas!
En la unión con el único Dios que con su sabiduría guía la historia y el destino de los pueblos, en el nombre de la Iglesia de Münster, y también en nombre del obispo de Osnabrück, Franz-Josef Bode, les doy la bienvenida a esta ciudad. Consideramos un honor que ustedes, queridos responsables de la Comunidad de Sant'Egidio, se hayan fijado en nuestras dos ciudades, en este año en el que se celebra el aniversario de la Reforma.
Tras una infausta guerra, que duró treinta años, que dividió profundamente e infligió graves heridas en Europa, en Osnabrück y en Münster algunos hombres buscaron "caminos de paz" para poner fin a aquella guerra. Fue necesario un gran esfuerzo, entonces, para acercar a las partes. Y no solo fue difícil, porque había que tener en cuenta que había que hacer largos viajes para llegar a los lugares de encuentro. ¡Cuánto habría acortado las distancias la digitalización! El lema "Caminos de Paz", que nos brinda la oportunidad en los próximos días de rezar, reflexionar y compartir, expresa bien esta situación. A nosotros en Münster también nos ayuda reflexionar más sobre el lema del Katholikentag, "Busca la paz", para poderlo desarrollar luego mejor el año que viene.
Gracias a mi relación y a mi contacto con la Comunidad de Sant'Egidio he podido constatar que han dado ustedes testimonio, en cuanto hombres y mujeres cristianos, durante casi 50 años en nuestro mundo. Que han contribuido a llevar reconciliación entre seres humanos, a buscar "caminos de paz" en situaciones en las que casi no había vía de salida. También estos encuentros son un testimonio y un ejemplo por el trabajo que ustedes llevan a cabo, que nace del espíritu del Evangelio. Querría expresarle mi aprecio y mi respeto a usted, profesor Riccardi, y a todos aquellos que en todo el mundo se unen a usted en este cometido. Gracias también por lo que ha hecho y lo que hace –¡y una gran parte no es de dominio público!
Ilustre señora Canciller, nos llena de alegría y es un gran honor para nosotros que usted, en este tiempo en el que está inmersa en la campaña electoral, haya venido a Münster y que haya aceptado la invitación de la Comunidad de Sant’Egidio y de los obispos de aquí. Le decimos gracias y, con respeto añadimos que el testimonio que dio usted en 2015, un año difícil, encaja bien con nuestro lema: buscar y encontrar "Caminos de Paz". Usted no ha dejado de estar convencida de que hay que ofrecer acogida, de manera temporal o definitiva, a personas que huyen del terror, de la guerra, de la violencia, del hambre y de varias situaciones de pobreza. A pesar de todas las resistencias, Usted se ha mantenido firme a este principio, en nuestro país, a nivel europeo e internacional. Estoy firmemente convencido de que por ello se le debe un profundo respeto. Al mismo tiempo nos sentimos unidos a usted y confiamos que sabrá aprovechar todos los medios que tiene a su disposición en su actuación política para hacer frente a los movimientos migratorios en origen, sobre todo en África y en Oriente Medio. De ese modo se podrá ayudar a crear situaciones que impulsen a las personas a permanecer en sus países en lugar de obligarlas a huir.
En medio de una situación en la que muchos equiparan la religión con la violencia, es realmente necesario un encuentro por la paz como el que realizamos juntos. ¿Qué podemos hacer para llevar a espíritus atribulados por el camino de la conversión, hablando intencionadamente, en términos teológicos? ¿Cómo hacerles descubrir que es verdadera la palabra del salmo 34: "¿A qué hombre no le gusta la vida, no anhela días para gozar de bienes? Huye del mal y obra el bien, busca la paz y anda tras ella" (Sl 34,13.15).
A pesar de que haya más de una situación difícil –sobre todo en relación al ecumenismo– no debemos perder de vista las semillas de bondad y de paz que no solo han sido sembradas sino que también han germinado. Querría referirme una vez más a todo lo que ha hecho y hace Sant'Egidio en el mundo. La chispa inicial de este encuentro la encendió el papa san Juan Pablo II en 1986 en Asís. A pesar de muchas objeciones, no se dejó desviar de su propósito y demostró que la religión es una energía que refuerza y conserva la paz.
Ayer por la tarde, durante la liturgia inaugural, hablé de un libro cuya lectura me ocupa desde hace un tiempo. Se trata de los textos del prior de los monjes de Tibirine, Christian de Chergé. Durante la guerra de Argelia sirvió como soldado, y conoció a un padre de familia musulmán llamado Mohammed. Se hicieron amigos. Christian se conmovió por el testimonio de aquel musulmán creyente y devoto que llegó a dar su vida por él, por Christian. En una situación muy peligrosa Mohammed se puso delante de él e impidió que lo mataran. Al día siguiente encontraron a Mohammed sin vida. Lo habían asesinado. Aquello hizo que Christian viviera su vocación siguiendo a Cristo en Argelia como monje.
Querría hablar también de otro episodio, que encaja bien en nuestro encuentro de hoy. Un día Mohammed invitó a Christian a tomarse un tiempo para entablar un debate profundo. Lo dijo utilizando las palabras siguientes: "Hace mucho tiempo que no excavamos nuestro pozo". Christian explica: "Una vez, bromeando, le pregunté: 'Y en el fondo de nuestro pozo, ¿qué vamos a encontrar? ¿Agua musulmana o agua cristiana?' Me miró medio sonriendo y medio triste: '¿todavía te preguntas eso? Mira, lo que hay en el fondo de este pozo es el agua de Dios".
Ilustres damas y caballeros, queridos hermanos y hermanas, hijos e hijas del mismo Dios, al que los cristianos llamamos Padre: espero que estos días todos podamos excavar nuestro pozo y hacerlo más hondo para encontrar el agua de Dios. Y quien encuentra esa agua se encamina por "Caminos de Paz". Espero que todos tengan una estancia cordial, fraterna y les agradezco nuevamente por estar aquí. No querría terminar mi saludo sin antes dar las gracias a aquellos que en los últimos meses han trabajado entre bambalinas y que, estos días, colaboran para que juntos podamos hablar, reflexionar, rezar y hacer fiesta. A todos les digo de todo corazón: "Dios se lo pague".
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