Beatísimo Padre,
hoy nuestra alegría es grandísima por Su presencia entre nosotros. Sentimos la gracia de recibir Su visita, después de que oró con nosotros en la basílica de San Bartolomeo dedicada a los nuevos mártires, después de que comió con los pobres en Navidad, después de que animó en Camerún el programa DREAM para luchar contra el sida.
Este pueblo de toda edad está feliz de acogerle en esta casa familiar de la Comunidad de Sant’Egidio para los ancianos. Este es un lugar de esperanza.
Por las calles de Roma –y de muchas otras ciudades de Europa– encontramos cada vez más ancianos tristes y resignados. Muchos quedan en el olvido: empobrecidos por la enfermedad, por la soledad, por la fragilidad, por la exclusión. La bendición de una larga vida se transforma en tristeza. ¿Es un destino inevitable? –nos preguntamos desde hace muchos años.
En esta y en las otras catorce casas de la Comunidad en Roma, los ancianos recuperan la esperanza. Aquí se hace realidad las palabras del salmo 71, conocido como "la oración de un viejo”:
“Yo esperaré sin cesar, reiteraré tus alabanzas” (14).
Aquel que mantiene la esperanza, a pesar de las dificultades de la salud, reza por él y por los demás. Hoy, Su visita, Padre Santo, sostiene a los ancianos y a todos nosotros en la esperanza.
Este lugar nació para quien ya no puede vivir en su casa, porque no tiene autonomía, porque ha perdido la vivienda, por los conflictos familiares, por la pobreza. Para reducir el número de los ingresos en grandes centros, pusimos en marcha experiencias de compartir vivienda entre ancianos, viviendas protegidas y casas familiares. Y con la visita regular de muchos de nosotros, ayudamos a miles de ancianos que viven en residencias o solos en casa.
Los ancianos siguen teniendo esperanza, con la ayuda de los jóvenes y los adultos que se han convertido en sus compañeros. La esperanza renace cuando se recupera un clima familiar: jóvenes y ancianos juntos, como si fueran una familia (abuelos, hijos, nietos).
Aquí y en muchos lugares de Roma donde la Comunidad visita a los ancianos se hace realidad aquella unión maravillosa, simple pero esencial, entre el amor del Evangelio y el amor por los pobres. Hemos comprendido que ese es el corazón de nuestra vida. Escuchando el Evangelio brota un gran amor por todos y sobre todo por los pobres. Hemos entendido que la fe mueve la inteligencia, la vida, y también la política, para construir un mundo más acogedor. Lo hemos vivido estos años, y con alegría lo comunicamos a quien conocemos.
Esta casa es el fruto de un sueño, madurado en la escuela de la conmoción de Jesús por las muchedumbres cansadas y abatidas. Usted siempre nos ha ayudado, durante estos años con Su palabra, a comprender que la fe es el origen de todo cambio profundo de la vida y de la historia. Nos exhorta a vivir siempre la conmoción de Jesús. Esta conmoción nos hace mejores, humanos, porque es fuente de verdadero humanismo. El profeta Joel afirma:
“Yo derramaré mi espmi espíritu sobre todo mortal y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros ancianos tendrán sueños, vuestros jóvenes verán visiones” (Jl 3,1-3).
Gracias al Espíritu que es amor, los ancianos sueñan. Sí, Padre Santo, los ancianos sueñan cuando son amados y acompañados cada día. Gracias al Espíritu, los jóvenes tienen visiones de vida: ya no temen a la debilidad de los ancianos, que, por el contrario, se convierte en una oportunidad de intercambio de amor. Y los ancianos son maestros de cariño y humanidad, y ven en quien les ayuda casi a un ángel.
Padre Santo, con Su fe y Su predicación, nos anima a hacer realidad la palabra del profeta: los ancianos sueñan y tienen esperanza y los jóvenes tienen visiones. Precisamente al inicio del Año de la fe, la bendición de Su visita nos hace más fuertes en la fe y más alegres en la esperanza.
Cuando desde Su ventana bendice la ciudad y el mundo, ve la colina del Gianicolo donde nos encontramos. Acuérdese de este pequeño pueblo que le quiere.
Gracias
|