Santo Padre, me llamo Enrichetta, tengo casi 91 años, vivo en Tor De'Cenci, soy viuda desde hace tiempo y formo parte de la Comunidad de Sant'Egidio desde hace 33 años.
Para mí hoy es una gran alegría poder estar con usted, y explicarle algo de mi vida.
Santo Padre, la vida de los que somos ancianos es una vida llena de problemas y a veces de sufrimiento.
Nos volvemos débiles, tenemos muchas enfermedades y dolores, y yo, además, con el paso del tiempo casi me quedo ciega.
Necesito que me ayuden y me acompañen para salir, la vida hoy es más difícil, ya no puedo hacer lo que quiero como antes.
Pero he tenido la gracia de conocer a la Comunidad de Sant'Egidio a lo largo del camino de mi vida.
Le quiero decir que la amistad con muchos jóvenes y menos jóvenes, a pesar de que yo estuviera más débil, me ha dado mucha fuerza, mucha vida, mucho ánimo.
No me avergüenzo de decir que, siendo anciana, he aprendido a través de la amistad, muchas cosas, no yendo a la escuela, sino con la cercanía y el cariño de muchos hermanos más jóvenes.
Ante todo ha aprendido a amar al prójimo, como nos pide Jesús, a ayudar concretamente a quien es más débil que yo, a quien está más indefenso.
He aprendido a defender la vida, sobre todo la de muchos otros ancianos abandonados a menudo por sus familias, y voy a encontrarles a la residencia, les amo y lucho con la Comunidad para protegerles.
Siendo anciana he descubierto y he entendido muchas cosas del mundo, me he convertido en abuela no solo de mis nietos, sino de muchos niños de mi barrio, sobre todo nómadas del campo de Tor de Cenci.
Por eso, estoy siempre agradecida a Andrea que creó esta Comunidad, en estos años he podido ayudar a muchas personas necesitadas, a las que yo sola no habría conocido.
Hoy mi familia se ha ampliado con muchas personas de Italia, de Europa, de África, muchos amigos y hermanos a los que quiero y que me devuelven el amor.
Y también hoy que puedo hacer menos cosas porque no veo bien, le quiero decir que soy una anciana serena.
No me siento inútil, la oración que siempre ha acompañado mi vida hoy se ha convertido en mi principal preocupación.
La oración no es solo mi mayor consuelo en los momentos de dificultad, sino que también es mi servicio, mi amistad con quien es más débil, con quien vive en guerra, con quien está enfermo, con África y también con usted.
El año pasado recé mucho cuando cayó en San Pedro a causa de aquella señora que quería tocarle.
Con los años ya no como tanto como antes, pero la oración es mi alimento principal y la gran fuerza que me ayuda a vivir junto a los demás incluso cuando no puedo estar físicamente.
Santo Padre, ruego siempre al Señor que no me haga perder la memoria para que pueda acordarme siempre de todos en mi oración y rezo siempre por usted, para que pueda dar mucha esperanza a este mundo nuestro. |