Padre Santo,
gracias por su acogida que enriquece nuestro encuentro de gente de religiones distintas reunida en Roma solo para dialogar, pero con un sueño: un mundo de paz. Estamos demasiado resignados a no ver realizado este sueño. Estamos demasiado acostumbrados a la guerra como compañera de las noticias y de la historia. Pero la guerra es la madre de todas las pobrezas. En nuestras sociedades, se debilita o se apaga la esperanza de paz, que es también la esperanza de un mundo mejor. Queremos liberarnos de esta resignación, aunque a veces no sabemos cómo hacerlo, en un tiempo que parece el invierno de la esperanza.
Venir a Roma para reunirnos demuestra que las religiones necesitan salir de los circuitos autorreferenciales (tener una larga historia no justifica que seamos perezosos): salir de nosotros mismos porque necesitamos al otro. La imagen de los líderes religiosos juntos y en paz –hoy con Usted aquí, mañana en la oración que haremos en el Campidoglio– es la respuesta a quien siembra el odio, divide y afirma que las religiones están destinadas a chocar entre sí. Queremos deslegitimar una gran plaga, el terrorismo religioso con el uso blasfemo del nombre de Dios mientras se matan los hombres creados a imagen de él. Sentimos que la paz es posible, pero tiene una dimensión espiritual. Religiones y paz son inseparables. Nosotros tenemos una fuerza humilde pero verdadera, la oración por la paz. Eso requiere en primer lugar que los líderes y los creyentes recen por la paz. Lo demostró, Padre Santo, cuando pidió al mundo que rezara por Siria, en un momento funesto de resignación ante la guerra. ¡Todos le estamos agradecidos por ello! Mirando el mundo no podemos resignarnos ni ser perezosos.
Hay otra violencia, la de la economía y la soledad: pienso en los ancianos solos, en residencias, o expulsados de su casa (y mañana es la fiesta del abuelo); en los pobres; en los niños, a quienes se les dan cosas pero no sueños, que no tienen pan o cariño; en la miseria humana de quien está solo. La paz y el diálogo se unen –y eso forma parte de la vida de Sant'Egidio– al amor por los pobres y los ancianos heridos por una sociedad sin paz.
Desde la oración de Asís de 1986 hemos experimentado la fuerza de paz que esconde el encuentro y la oración año tras año hasta hoy. Fue una intuición profética del beato Juan Pablo II que se ha convertido en una realidad que viven hombres y mujeres de varias religiones. El acto de hoy es un encuentro festivo que se convierte en fuerza de esperanza en la vida diaria de cada uno de los líderes, que a veces deben hacer frente a oposición, limitaciones vitales y mentales. Dialogar hace crecer la valentía de la esperanza, enseña que el invierno puede terminar y ayuda a no resignarse a las tradiciones de distancia o a las nuevas contraposiciones.
Por eso le estamos agradecidos, Padre Santo, por el don de su acogida y de su palabra de esperanza, que Le convierten en compañero de nuestro camino. |