El primer ministro Enrico Letta fue ovacionado ayer por la tarde en Roma en el acto de apertura del encuentro internacional de la Comunidad de San Egidio. Gente en pie en el auditorio de la Via de la Conciliación, a cuatro pasos de la plaza de San Pedro. Aplausos a un político, un gesto raro en los tiempos que corren. Letta es un católico de centroizquierda y San Egidio se mueve en esas coordenadas. Ese es un dato a tener en cuenta. Pero la ovación contenía una señal que iba más allá de la simpatía y la afinidad. Esos aplausos eran también un pensamiento en voz alta; "Reaccionemos de una vez, porque el país se nos va de las manos".

Letta saludó, pronunció un discurso brillante, a braccio (sin papeles), uno de esos discursos que nunca oiremos ni en el Congreso de los Diputados, ni en el Parlament de Catalunya -en Italia siempre te acabas preguntando cómo es que gente que habla tan bien puede acabar organizando unos líos tan fenomenales- y concluyó, el primer ministro, con unas palabras que volvieron a levantar otra ovación: "Por favor, recen por Italia".

La Italia seria y reflexiva está acongojada. Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio, otro brillante orador, tenía ayer un semblante sombrío. Y Riccardi sabe bien lo que está pasando. Fue reclutado como ministro independiente del Gobierno de Mario Monti -cartera de Cooperación Internacional y representación oficiosa del Vaticano-, e intentó, sin éxito, reconstruir una corriente centrista de signo católico. Riccardi sabe que esa área de centro católico, siempre numerosa e influyente en Italia, carece en estos momentos de referentes políticos claros. Sabe que la izquierda no ha digerido su pírrica victoria en las elecciones de febrero; que el sindicato CGIL se resiste a perder influencia política, y que en ausencia de un liderazgo claro en el Partido Demócrata, unas elecciones anticipadas podrían conducir ahora a una delirante batalla entre Silvio Berlusconi y Beppe Grillo. El Partido de la Televisión contra el Partido de Internet. Y entre dos fuegos, el Partido de la Prensa, el partido de los libros y de las películas de arte y ensayo. El partido de la palabra escrita con más de 140 caracteres. El desorientado partido de la gente formada política, cultural y moralmente en la fase industrial-desarrollista.

Italia organiza unos líos fenomenales, pero siempre nos acaba contando cosas interesantes, que son de utilidad para España y muy especialmente para Catalunya, puesto que el partido de las películas de arte y ensayo, de la Nova Cançó y de la Assemblea de Catalunya está viviendo una excitante segunda juventud soberanista y soporta mal cualquier referencia al realismo político. (Un breve apunte al respecto: Enrico Berlinguer, un comunista serio y austero, sostenía en 1974 que no se podía aspirar a ningún cambio sustantivo en la sociedad capitalista avanzada con mayorías del 51%. Los cambios de verdad, sostenía, sólo se pueden plantear con amplísimas mayorías sociales, y, aún así, el éxito no es seguro. Berlinguer vuelve a estar un poco de moda en Italia y un breviario con su pensamiento es visible en todas las librerías).

Vuelvo a Roma. El objetivo de Berlusconi es diáfano: mantener la inmunidad parlamentaria al precio que sea. Teme acabar en la cárcel y teme por sus negocios. Posee una fenomenal máquina de ganar dinero y de influir en la sociedad. Es el propietario del primer grupo europeo de televisión privada, hegemónico en Italia -pese a la fortaleza de la RAI- y muy potente en España, donde Mediaset obtiene importantes beneficios desde hace tiempo. Un descalabro personal de Silvio Berlusconi -definitivo eclipse político, con ingreso en prisión o arresto domiciliario-, acabaría provocando, tarde o temprano, una concentración de tiburones alrededor de su imperio.

El bocado no es de cardenal, y menos ahora, con el Papa Francisco. Es un bocado de Wall Street. Se derrumbarían estrepitosamente veinte años de historia de un hombre muy inteligente -Berlusconi es un tipo fuera de lo común-, que en 1991 entró en política para proteger sus negocios y dar rienda suelta a su mesianismo. La palabra derrota no cabe en su cabeza y es capaz de poner en jaque a la entera República antes de aceptar el ocaso. Las encuestas aún le dan una intención de voto del 25%. Va a llevar su temeridad al límite. Algunos de sus lugartenientes, sin embargo, parece que ya no están dispuestos a llegar tan lejos, en virtud de un viejo principio romano: Anima per anima, anima mea.

Está en juego la estabilidad del mayor país del Sur de Europa en un momento económico crucial. Letta pide oraciones. El presidente Giorgio Napolitano, 88 años, mueve hilos. Y desde el Directorio deben de estar llamando enérgicamente a unos cuantos teléfonos. En Berlín hace tiempo que tacharon a Berlusconi de la lista. Mors tua, vita mea.