Por amplia mayoría, la pena de muerte ha sufrido un castigo. Con el voto de 107 países (entre ellos la Argentina), la asamblea general del Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (ONU) aprobó una resolución que proclama una moratoria universal en la aplicación de las ejecuciones capitales. Hubo 38 votos en contra y 36 abstenciones, pero el respaldo para debilitar las sentencias a muerte fue más amplio que hace dos años.
Gana consenso entre las naciones el concepto de que la pena de muerte es "la negación más extrema de los derechos humanos".
En 1945, al crearse la ONU, sólo ocho países habían abolido la pena de muerte. Hoy, 136 sobre un total de 192 miembros de la ONU la han erradicado en la legislación o en la práctica.
La insistente prédica de la Comunidad de San Egidio, un movimiento internacional de laicos comprometidos con la caridad y la paz entre los pueblos, fue decisiva para revertir las posiciones de Mongolia y Maldivas, dos países asiáticos con tradición musulmana.
Con el liderazgo de la Argentina y Brasil, la moratoria fue respaldada por los países latinoamericanos. En cambio, Estados Unidos, China, Arabia Saudita e Irán votaron en contra.
La batalla de la Comunidad de San Egidio por la abolición de la pena de muerte está reflejada en el libro La pena de muerte. ¿Solución o desprecio por la vida? , escrito por el padre Luis H. Rivas y otros autores y presentado el viernes último en la Feria del Libro de Mar del Plata.
En esa obra se identifica a la pena capital con la esclavitud y la tortura y se la considera ineficaz como elemento disuasivo de la acción criminal. Y se relata la increíble historia de Jacques Fesch, condenado a morir en la guillotina en París, en 1957, por asesinar a un policía y que hoy se encuentra en proceso de beatificación.
Con la firme convicción de que el juicio de la Iglesia no sustituye a la justicia humana, el Vaticano ha reconocido su arrepentimiento y su conversión en la cárcel. Su caso prueba que "la condena a muerte niega la posibilidad de arrepentimiento y de enmienda que Dios puede otorgar a todo ser humano", escribe el padre Rivas.
Se estima que en el mundo hay unos 3000 condenados a muerte. Mediante cartas, visitas y, a veces, la asunción de la defensa legal, los miembros de la Comunidad de San Egidio desarrollan una relación personal con los detenidos. Y llevan hasta las últimas instancias el lema No hay justicia sin vida , título de un libro de Mario Marazitti, dirigente de la comunidad.