| 13 Aprili 2017 |
La lavandería del Papa |
Después de las duchas y de una barbería, Francisco ha hecho instalar lavadoras para los sintecho
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Francisco habla mucho de misericordia y la lleva a la práctica. El Papa ha realizado gestos de impacto internacional, como cuando se trajo de Lesbos en su avión, por sorpresa, hace ahora un año, a 12 refugiados sirios que estaban atrapados en aquella isla griega. Otras acciones gozan de menos publicidad. Son medidas muy domésticas, de obispo comprometido con su diócesis o casi de simple párroco de barriada, un papel en el que se encuentra muy a gusto. La última ha sido montar una lavandería para los indigentes y los sintecho de Roma.
Primero fueron las duchas instaladas en un local junto a la columnata de Bernini, en plena plaza de San Pedro, justo al lado de donde se forma la cola diaria de turistas para entrar en la basílica. Luego se añadió un servicio de barbería y peluquería, para hombres y mujeres. Posteriormente se agregó un consultorio médico –que gestiona la oenegé Instituto de Medicina Solidaria–, un almacén de ropa y un centro de distribución de productos de primera necesidad. Alguien pensó que para completar la estructura de ayuda social faltaba una lavandería. Ya se ha hecho realidad. Fue inaugurada el pasado lunes y funcionará cuatro días a la semana.
Según el comunicado de la Limosnería Apostólica, la “lavandería del papa Francisco es un servicio ofrecido gratuitamente a las personas más pobres, en especial a aquellas sin domicilio fijo, que podrán así lavar, secar y planchar su propia ropa y sus sábanas”. Se trata de un paso más para cumplir el deseo del Papa “de dar concreción a la experiencia de gracia del Año Jubilar de la Misericordia”. Francisco les recordó, al finalizar el Jubileo, que “nada complace más al Padre que un signo concreto de misericordia”. “Por su misma naturaleza, la misericordia se hace visible y tangible en una acción concreta y dinámica”, añadió el Pontífice. La lavandería ha hallado ubicación en un centro de la Comunidad de San Egidio en el antiguo centro hospitalario de San Gallicano, en el Trastévere, no lejos del Vaticano.
En el local se han instalado seis lavadoras y seis secadoras de última generación que han sido donadas por la multinacional Whirlpool Corporation. Ha participado, asimismo, el grupo Procter & Gamble, que ya desde hace dos años dona cuchillas y espuma de afeitar Gillette a la barbería de la plaza de San Pedro. Procter & Gamble ha garantizado el suministro indefinido y gratuito de detergente de las marcas Dash y Lenor para hacer la colada. Los voluntarios de la Comunidad de San Egidio se encargarán de supervisar la lavandería. En breve ampliarán las instalaciones con una barbería y ambulatorio médico, igual que bajo la columnata de Bernini. “Con la Limosnería Apostólica hay una gran amistad y una enorme colaboración”, declaró un portavoz de la comunidad, Francesco Dante. Según él, no es de extrañar que en los últimos años haya aumentado mucho el número de sintecho que acampan cerca del Vaticano. “Están ahí porque se les acoge bien”, comentó Dante. Además de los hombres de San Egidio y de varias oenegés, realizan una gran labor las Misioneras de la Caridad, la orden de Teresa de Calcuta, que gestiona un comedor y un albergue.
Junto al gran estímulo que da Francisco a estas acciones sociales, el secreto de tantas nuevas iniciativas está en el limosnero apostólico, el arzobispo polaco Konrad Krajewski, un hombre incansable que suele hacer rondas nocturnas, acompañado de jóvenes guardias suizos en sus horas libres, para atender a los sintecho de la zona.
La Limosnería Apostólica es una institución muy antigua. Se remonta a hace más de mil años. León XIII, con el objetivo de fomentar la recaudación de fondos para obras de caridad, facultó al limosnero a conceder bendiciones apostólicas –con motivo de aniversarios, bodas, ordenaciones sacerdotales y otros acontecimientos–, los llamados “pergaminos”, unos diplomas –de precio variable, según el tamaño– que aún hoy se encargan en una oficina del Vaticano y luego se expiden a todo el mundo. Monseñor Krajewski está yendo mucho más allá que sus predecesores. Ya no es un cargo decorativo, honroso pero gris, para un prelado próximo a la jubilación. El arzobispo polaco tiene gran visibilidad pública. No se limita a la simple gestión del dinero de los pergaminos tradicionales. Recibe otras donaciones y ha creado una red de oenegés y grupos religiosos que le han permitido expandir sin cesar su maquinaria de la caridad. Krajewski es un ejemplo perfecto de “la Iglesia pobre y para los pobres” que soñaba Francisco cuando lo hicieron papa.
EUSEBIO VAL
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