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Liberar a los prisioneros


Liberar a los prisioneros
La vida en la c�rcel
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Algunos ejemplos
 
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Algunos ejemplos: 

Jos�, un chico del Norte de Mozambique, el cuarto de nueve hermanos, ten�a 16 a�os y medio cuando fue encarcelado para haber robado, a un vendedor ambulante, una caja de fruta. Lo cogieron mientras escapaba. Ha permanecido en prisi�n cuatro a�os: tres m�s de la pena que le correspond�a. Su expediente se hab�a perdido. La ausencia de cualquier tutela legal (demasiado cara para su familia) no ha permitido presentar instancia para que su caso fuera reexaminado. Lo encontramos en grave estado de desnutrici�n, lleno de llagas �con 20 a�os! Una peque�a intervenci�n econ�mica en su ayuda ha permitido que fuera reabierto y reexaminado su caso, devolvi�ndole la libertad... aunque con mucho retraso. 

 

Aurora s�lo tiene 17 a�os, pero parece mucho m�s parece. Tiene todos los dientes estropeados, la piel lacia. Los dos a�os que ha pasado en la c�rcel han minado su salud, quiz�s para siempre. Trabajaba como aprendiz de modista. Y llevarse alg�n metro de tejido, un par de tijeras, fueron una tentaci�n demasiado grande. El a�o de c�rcel que le fue asignado se ha duplicado, ya que no ten�a las 30.000 pesetas para pagar la sanci�n econ�mica prevista por la ley. Sin el pago de aquella suma, fruto de una colecta de la Comunidad de Sant'Egidio local, que la conoci� precisamente en un curso para modistas, realizado en una c�rcel, todav�a estar�a all�. Hoy recomienza a vivir, a coser ... a esperar. 

 

Alfredo tiene pesadillas cada noche: todav�a sue�a con la celda abarrotada, los gritos, las peleas por la sopa. �l, el m�s peque�o de los 60 hombres api�ados en aquel habit�culo, casi un ni�o con sus 13 a�os, ha gastado su vida en un mundo de "grandes". Y su pierna, m�s corta que la otra desde el nacimiento, que casi no se dobla, hace que siempre llegue el �ltimo a la cola de la comida, cuando, ya no queda casi nada. 
Ha empezado a confiar sus miedos a uno de aquellos amigos, un poco menos pobres que �l, que con fidelidad visitan a los prisioneros y les ense�an a leer y a escribir: poco a poco, ha conocido a un "grande" no tan duro. Y, despu�s de meses de silencio, Alfredo empieza a hablar: habla con nostalgia de su familia lejana. No est�n muy lejos, pero 80 km, sin medios de transporte, son un abismo. Su familia no tienen noticias de �l desde hace varios meses: la verg�enza ha hecho que tampoco hable con ellos. Se reconstruyen los hilos de la relaci�n con la familia: Alfredo no ha muerto, s�lo est� en la c�rcel. 
No han hecho falta grandes cosas para conseguir que saliera, �l, el peque�o ni�o ladr�n, con su pobre pierna enferma: su libertad, su infancia negada, cost� "solo" 5.000 pesetas.


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