Comunità di Sant’Egidio, El Salvador
|
Es un honor poder hablar nuevamente de educación a la paz, en un tiempo en el que parece que la violencia y el mal tengan la última palabra. Estoy aún más contento de estar aquí en Sarajevo, que estos días acoge a mujeres y hombres que buscan la paz. En este contexto hablar de los niños y de los jóvenes es un imperativo para construir un futuro mejor.
Las pandillas “maras”
Yo vengo de El Salvador, un pequeño país tristemente conocido (para aquellos que miran al mundo con atención) por el problema de las maras, un fenómeno muy presente en toda América Central (se calcula que llegan a los 100.000 miembros) que cada vez más se caracterizan como organizaciones transnacionales de tipo mafioso. En realidad su presencia es una amenaza para toda América Latina.
A través de la inmigración han llegado también a Europa, especialmente a España y a Italia, concretamente a las ciudades de Génova y Milán, aunque por ahora en números reducidos. Se trata de una manifestación del malestar juvenil que también en Europa busca identidad (que se identifica con los tatuajes, los gestos, un cierto modo de vestir…) y un sentimiento de pertenencia. Por ejemplo en la ciudad de Barcelona, los estudios sobre las bandas juveniles han revelado que ejercen una fuerte atracción en los jóvenes españoles sin perspectivas. El ayuntamiento catalán ha implementado un proyecto de recuperación llamado “modelo Barcelona”, que ofrece trabajo e inserción social a estos jóvenes con la propuesta de transformarse en “cooperativas”. Aunque no sea segura su eficacia, hay que alabar la importancia del intento.
En mi país, en cambio, los varios gobiernos que han pasado se han limitado a aplicar una represión cada vez más dura. Las maras, que a menudo están formadas por jóvenes poco más que niños, "enrolan" e inician en la violencia a los adolescentes pobres, imponen su poder a barrios enteros de la periferia urbana con extorsiones a los pequeños comerciantes, e incluso entran en las escuelas amenazando a los profesores y forzando a algunos alumnos para entren en las maras. Los que se niegan corren el peligro de ser asesinados. Algunos episodios han demostrado un alto nivel de crueldad, como el incendio de un autobús en 2011, con la muerte de todos sus pasajeros, como venganza contra la empresa de transportes que se negaba a pagar la extorsión.
Sistema educativo
Muchos jóvenes de las bandas han crecido en un sistema educativo que a menudo excluye y deja al margen a los que "no logran mantener un ritmo” y han abandonado el estudio durante la adolescencia.
La falta de escolarización a nivel de la escuela media engrosa las filas de las maras: las estadísticas revelan que en la adolescencia se pasa de un elevado índice de escolarización del 96,8% en la educación básica al 53% de la educación secundaria , cifra que disminuye aún más en el bachillerato, llegando al 21% (como comparación, Chile presenta un 80% de asistencia en el instituto) .
La escasa inversión en educación ha sido una constante de los gobiernos de El Salvador. El gasto corresponde solo al 2,9% del PIB (menos de la mitad que en la vecina Costa Rica y menos incluso que Uganda) .
El abandono de la escuela debilita la formación del carácter y sobre todo de la cultura de los jóvenes; pierden valor muchos aspectos de la vida personal y la participación en la sociedad. Podemos decir, pues, que a menos educación más posibilidades de enrolarse en una mara. Me viene a la memoria a este propósito la célebra frase de Mohammed Talbi, escrita en un contexto distinto, el dramático conflicto entre israelíes y palestinos: “Cuando se rompen los lápices, solo quedan los cuchillos”. Creo que cuando se abandonan los lápices y los cuadernos, para los jóvenes solo quedan los cuchillos.
La Comunidad de Sant’Egidio, educación a la paz
La Comunidad de Sant’Egidio, a la que pertenezco desde 1986, lleva a cabo una tarea muy importante: involucrar a los jóvenes salvadoreños, proponiéndoles un modelo positivo a través de nuestras Escuelas de la Paz. Son un verdadero antídoto –tal como hemos podido comprobar– para contrarrestar la violencia difusa. Educar ha sido un trabajo fundamental de la Comunidad. La respuesta a la violencia de las maras, no se puede espectacularizar y aún menos se puede convertir en un evento mediático. Debemos tener la urgencia y la paciencia al mismo tiempo de crear una nueva generación de jóvenes.
Las Escuelas de la Paz
Ante este panorama ¿cuál es el método de Sant’Egidio?
Desde sus inicios, en plena guerra civil, la Comunidad decidió trabajar con fidelidad en algunas zonas marginales de San Salvador. La Escuela de la Paz no es solo un apoyo escolar: además de los deberes, intentamos hacer crecer una cultura de paz, con temas como la solidaridad, la amistad, el interés por el mundo. Una escuela de paz que no sustituye a la escuela oficial, pero que educa y devuelve a los niños la infancia perdida a causa de la violencia. La alegría de estudiar jugando, la atención afectuosa de los mayores, descubrir que tienen talento, revoluciona la vida de los niños y al mismo tiempo la de los jóvenes: aprenden a utilizar la cultura para “restructurarla” y reelaborarla para llevarla a los niños. Diría que se trata de un método “personal”: la estrategia de hacer vivir a los pequeños, junto a los mayores, nuevas experiencias que marcan positivamente su vida para siempre. Son signos de paz que les permiten resistir al mal y a la violencia. No es posible abstenerse del mal si no se hace activamente el bien. Esta propuesta orienta la vida de todos hacia el bien.
Tras 25 años constatamos con alegría que hay frutos importantes, como la ausencia de maras en los barrios del Bambular y San José.
Destino de convivencia común
Dos puntos clave de nuestra acción son: la presencia en los barrios y la amistad fiel. La fuerza de la Comunidad de Sant’Egidio son los jóvenes: universitarios y trabajadores que deciden ir a barrios marginales para hacer la escuela de la paz. Rompen la barrera que divide la sociedad porque descubren que la indiferencia es una forma de violencia. El interés que suscita esta presencia, no clasista, puede reformar la sociedad que durante décadas estuvo dividida. La respuesta de muchos jóvenes de los barrios populares que quieren estudiar rompe aquel aislamiento que es un destino de exclusión. Así, no se trata solo de una ayuda, sino de ser una única familia que crea una verdadera igualdad y manifiesta un destino común. La Escuela de la paz no es episódica, no es un discurso abstracto, sino un signo concreto de convivir, “Living together”. La presencia constante a su lado da seguridad a los pobres y los anima a buscar un futuro mejor. Crea un espacio de paz en entornos de violencia y de dolor y suscita en el interior de las personas una energía de cambio.
El testimonio de William Quijano
Eso lo comprendió bien nuestro querido William Quijano, de la Comunidad de Sant’Egidio de San Salvador, asesinado por las maras. William nunca renunció a enseñar la paz. Su acción rompía la cadena de la violencia. Creo que eso, más que otras cosas, molestaba a aquellos que querían que todo siguiera igual, que los jóvenes hicieran el mal o inclinaran la cabeza. Demostró que se puede hacer el bien y vivir de manera pacífica incluso en medio de la violencia y donde no hay piedad. William vivió el amor por la paz hasta la sangre, generando en muchos jóvenes una fuerza de bien.
Sant’Egidio oportunidad para hacer el bien
La Comunidad se presenta como una gran oportunidad para hacer el bien sin contar con grandes recursos económicos. Siempre se puede ayudar a los demás: jóvenes de países a veces pobres descubren el valor de su vida. La joven edad, el tiempo disponible, su cultura, son un gran recurso, más que el dinero. Se les toma en serio para involucrarse en la solidaridad. Así se desarrolla una potencia de sensibilidad, generosidad y capacidad de implementar una transformación social. Son portadores de una fuerza de bien en la sociedad y pacificadores en sus barrios, con una auténtica revolución innovadora. Es la experiencia concreta, por ejemplo, de los jóvenes de Chanmico o de San Marcos, barrios marginales de la periferia de San Salvador, asediados por las maras, jóvenes que con dedicación, alegría y esperanza, participan en la vida de la Comunidad, creando una expectativa de cambio en el barrio. Todos pueden cambiar la realidad. Porque “nadie es tan pobre como para no poder ayudar a otro”, como nos enseña Andrea Riccardi. Se trata de una propuesta posible y concreta para miles de jóvenes de mi país y de América Latina.
Jaime Aguilar |