Todos recordamos las imágenes del verano pasado en los Balcanes, cuando miles de refugiados, muchísimos de ellos niños, llegaron a Europa a pie, cuando familias enteras, entre las que había muchos ancianos y recién nacidos, caminaban en filas por los campos, o acampaban tras una valla o un punto de control a lo largo de la frontera con Macedonia, Serbia o Hungría, mientras esperaban continuar el viaje hacia el norte de Europa.
La atención mediática ha disminuido, pero a lo largo de la frontera entre Serbia y Hungría la situación sigue siendo difícil. Algunas personas de la Comunidad de Sant'Egidio de Pécs y de Budapest han visitado estos días la "zona de tránsito" a medio camino entre la ciudad húngara de Röszke y la serbia de Horgos. Pasada la frontera, al llegar a Serbia, hay tiendas en las que hace semanas que viven hombres, mujeres y niños. Algunas mujeres con sus hijos en brazos pasan los días de pie cerca de los barrotes que las separan de la zona de tránsito de Hungría, mientras esperan que llegue su turno de pasar al otro lado. De vez en cuando llega un funcionario húngaro que lee nombres, y poco a poco se abre un espacio que se vuelve a cerrar al cabo de unos minutos. Los niños y sus madres están cansados y tienen sed. Generalmente tienen que esperar unos días para poder pasar. Los hombres, en cambio, tienen menos "suerte", el tiempo mínimo de espera va de los 10 a los 15 días, y se hace más largo si no tienen a la familia.
Entre ellos está Hamed, un joven informático que huyó de Oriente Medio. Vaga triste por el campo preguntándose cuál será su futuro. O Ewan, un cristiano caldeo que dejó atrás el infierno sirio y no entiende por qué todavía le prohíben entrar a la zona de tránsito: "Cuando volváis a Hungría, decidles que nosotros también somos personas, queremos paz, queremos paz para nuestra familia". Aquel día había unas 80 personas, de Siria, Afganistán y Pakistán. Les damos alimentos y bebida.
Los trabajadores del ACNUR Serbia que llevan ayuda a los refugiados del asentamiento explican que la situación ahora es más tranquila, pero hasta hace pocos días en lugar de 80 eran casi 900 personas, y cada día continúan llegando nuevas familias. No sabemos cuánto tiempo hará falta para pasar al otro lado, pero sabemos que también hoy, en la frontera que separa Serbia y Hungría, hay mujeres y niños que esperan detrás de una alambrada el día que podrán empezar una nueva vida en Europa.
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