Si algo como Auschwitz fue posible, pensó y escribió Primo Levi en sus testimonios sobre el horror de los campos de concentración nazis, hay razones para poner en duda la existencia de Dios. A setenta años del inicio de la segunda guerra mundial, religiosos cristianos, musulmanes, judíos y
budistas peregrinaron juntos a los centros de exterminio de Auschwitz y Birkenau, para reconciliar por un instante a la humanidad consigo misma y en su trascendencia.
Fueron allí, el martes pasado, para decir que "una humanidad desmemoriada produce políticas efímeras" y distracción frente a los riesgos de nuevos genocidios y matanzas que hoy mismo se pueden estar produciendo. La peregrinación de estos doscientos líderes religiosos al epicentro del horror fue uno de los últimos actos de las Jornadas de Oración por la Paz que reunieron durante tres días en Cracovia a representantes de las confesiones más importantes del mundo, convocadas por el cardenal Stanislaw Dziwisz, y promovidas por la Comunidad de San Egidio.
Los participantes visitaron los campos de la muerte transformados en museos y caminaron sobre las vías en las que arribaban los trenes con los deportados a bordo. Estaba allí el ex rabino jefe de Israel Mair Lau, y dijo: "Nosotros y los musulmanes, que entramos aquí como amigos y vecinos, debemos y podemos reconciliarnos". "A quien me habla de venganza, le respondo que ésta es mi venganza. Vivir en paz y hermandad en Israel", agregó el rabino.
Se trata de un mensaje poderoso en pleno Ramadán islámico y próximos al año nuevo judío, frente a negacionismos, fundamentalismos y cinismos. Líderes del mundo pasaron por Auschwitz en las últimas semanas. Y acaso si sus lejanos antecesores, y los de estos líderes religiosos, hubieran estado allí hace setenta años junto a quienes enfrentaron y resistieron el exterminio que estaba en marcha, lo peor no hubiera sucedido. Pero lo peor sucedió. Y puede volver a suceder si en lugar de recordarlo y reconocerlo, reproducimos las catástrofes políticas y morales que introdujeron al mundo en ese abismo.
Un abismo que se aleja o se acerca, en los tiempos presentes, no sólo a nuestras espaldas sino también frente a nuestros ojos.