Sigue la misión de ayuda de Sant’Egidio en las zonas del noroeste pakistaní. Publicamos las últimas noticias que llegaron ayer de Pakistán
El miércoles 15 de septiembre, como habíamos prometido a la gente de los barrios de chabolas, volvimos a la zona de Charsadda para entregar el segundo y consistente cargamento de ayuda.
La ciudad de Charsadda, como la otra a la que llevamos ayuda, Nowshera, también de la provincia autónoma fronteriza del noroeste, se ha convertido en una ciudad fantasma. Toda la población se ha tenido que trasladar a las chabolas. Algunos viven incluso entre las tumbas, porque el cementerio local, construido sobre un pequeño cerro, se salvó de las inundaciones.
Las ayudas empezaron a llegar, y algunos barrios de chabolas se organizaron, pero el número de personas afectadas y el hecho de que la zona ya estuviera anteriormente sumida en la miseria no facilitan el trabajo.
También esta vez éramos un grupo de unas 30 personas. Los habitantes de las chabolas, cuyo número ha aumentado (y ya son 750) estaban allí, esperando desde primera hora de la mañana. Cuando nos vieron llegar hicieron gran fiesta. Sobre todo los niños, que son más del 60% del campo, se alegraron al ver llegar nuestro gran camión y se emocionaron y lo rodearon cantando y con aplausos. Los más ancianos vinieron rápidamente a saludarnos y a darnos las gracias por haber mantenido nuestra promesa de ir. Algunos daban las gracias a Alá porque no les habíamos olvidado.
La primera vez que fuimos allí vimos que muchos niños sufrían malnutrición, y por eso concentramos toda la ayuda en productos energéticos para ellos. En cada tienda entregamos dos colchones y un paquete con 15 cajas de galletas, 1 kg de te, 10 kg de azúcar, 20 l de leche de larga conservación, 10 pastillas de jabón, 6 tubos de pasta de dientes, 6 cepillos, 2 botellas de champú, 6 toallas y 6 cajas de productos contra los mosquitos. Quisimos entregar las cosas pasando chabola por chabola (son unas 140), para poder saludar a todos y hablar un poco con ellos. Eso les sorprendió: las pocas ayudas que les llegaron las semanas anteriores se habían repartido en la “plaza” que hay entre las chabolas.
Sentían una gran necesidad de explicar el drama que habían vivido un mes atrás, aquella noche terrible en la que los dos pueblos cerca del río Kabul (un río que nace en Afganistán y se une con el río Indus en Pakistán, cerca de Peshawar), fueron engullidas por el agua repentinamente. Algunos de los más ancianos no pudieron escapar y las aguas destruyeron todas las casas. Ahora la esperanza es la de volver cuanto antes a sus pueblos y empezar la reconstrucción. Los niños quieren volver a la escuela, como Bismillah (el nombre de Alá), un niño de 9 años que quiso enseñarnos la carpeta que utilizaba para ir a la escuela: quiso salvarla a toda costa de la violencia de las inundaciones.
Así decidimos hacer un poco de fiesta con ellos, bailando y cantando canciones en pastún. Los niños se pusieron a bailar, y las mujeres pudieron pintarse las manos ocn henna: en estas tierras es un signo de fiesta. En muchas caras vimos las primeras sonrisas, y alguna lágrima de emoción, inusual para un pueblo orgulloso como el pastún, que ayudó a borrar un dolor contenido durante mucho tiempo.
El reparto continuó en otro barrio de chabolas, donde hay unas 300 personas. Las instalaciones son mucho más pobres que las del primero y las tiendas a menudo son de mala calidad y no tienen ni siquiera suelo que las aísle de la tierra. También allí entregamos colchones y leche a todas las familias.
Al lado de estos dos campos hay un pequeño ambulatorio médico que el gobierno abrió para los refugiados.
El médico, sorprendido por nuestra visita, nos enseñó los pocos medicamentos que tenía. Le entregamos medicamentos recogidos en Italia. Nos dio las gracias y nos pidió que le ayudáramos con más medicamentos, sobre todo antidiarreicos y colirios contra las infecciones de los ojos, que intentaremos enviar cuanto antes.
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